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jueves, 7 de abril de 2011

Frontera hacia la Odisea

Túnez y Egipto desataron el dominó en que se ha convertido el norte de África. La onda expansiva de la caída de esas dos primeras piezas golpeó rápidamente a Argelia, Marruecos, Bahréin, Jordania, Iraq, Yemen, Kuwait, Libia… Es una larga lista de países que buscan una gran reforma en sus formas de gobierno. Ben Alí, Hosni Mubarak, Hamad bin Isa al Jalifa o Muamar el Gadafi son nombres de líderes de países africanos de los que ningún nativo de la zona quiere ver u oír hablar.


Libia, físicamente un país más grande que España, Alemania y Francia juntas, se ha convertido en zona de guerra gracias (o por desgracia) a su líder Gadafi, quien en su arrogancia y mal hacer ha echado demasiada leña al fuego libio y se ha quemado totalmente. Aquello se ha convertido en un baño de sangre impulsado por su propio cabecilla, que no ha sentido remordimiento alguno al bombardear a sus propios compatriotas. La intervención de la ONU se ha tornado inevitable y aunque no expresa literalmente en su resolución que se empleé la fuerza militar, se da por hecho que es así; las palabras “tomar todas las medidas necesarias” dan pie a pensar que Libia se va a convertir en un polvorín durante la operación Odisea al amanecer y los 192 países que componen esta organización internacional están invitados.

Es imprescindible parar el baño de sangre que Gadafi ha desatado y, para ello, esta avanzadilla de los, llamémoslos, ‘aliados’, ha de tener algún líder; EE. UU., escarmentado por sus últimas y desafortunadas incursiones militares (Afganistán e Irak), no quiere tener más protagonismo del que le reclamamos y, sin embargo, fue quien tomó la delantera poniendo ambos pies en el país africano para “prestar ayuda humanitaria”, dijeron, aunque seguramente no dudarían ni un segundo en apretar el gatillo. Francia parece que se erige como otro posible líder de la operación, incluso los rebeldes libios de Bengasi ondean la bandera tricolor francesa, junto a la suya propia, reclamando lo que significa cada uno de sus tres colores: libertad, igualdad y fraternidad. 

Gadafi, ese hombre que ha armado hasta a las mujeres, está preparando a su país para una “larga guerra”, es un dictador sin escrúpulos que gobierna el país desde el 1 de septiembre de 1969 y parece que fue ayer cuando hacía de guía a nuestro querido rey Don Juan Carlos I por Libia en 2009. El líder libio está dispuesto a todo con tal de acabar con los rebeldes y, por ello, se hace estrictamente necesaria una intervención de la ONU. Es un hombre entrado en años que ya ha vivido su vida y que quiere acabar con la de los demás, no tiene miedo a nada y lo demuestra en las declaraciones que hizo acerca del hombre más buscado por los EE. UU., Osama Bin Laden, acusándoles de no haber podido derrotar a “ese hombre débil”. Ni siquiera los 110 misiles antibalísticos con los que inició el ataque la coalición internacional han amedrentado a este singular personaje que parece querer desatar la Tercera Guerra Mundial.

Es, cuando menos, curioso poder observar lo tarde que ha actuado la ONU. Quiere ayudar a que haya las menos bajas civiles posibles en aquel ambiente hostil donde se intenta escapar del país día sí y día también por las fronteras del país, pero quizá debería haber actuado mucho antes, quizá no debería haber dejado gobernar a un dictador durante tantos años a un pueblo. Cuántas maldades habrá tenido que realizar Gadafi para continuar al frente del poder durante más de 40 años. Y ahora, ¿qué tenemos? Ataques continuos de los ‘aliados’, un Gadafi en paradero desconocido después de haber condenado a su propio pueblo a ríos de sangre y a montones de personas huyendo de la Odisea.

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