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jueves, 7 de abril de 2011

Descalzo gracias a las ‘renovables’

Aire acondicionado, televisiones Full HD u ordenadores. Son algunos objetos de los que se disfruta diariamente sin pararse a pensar en qué hace que funcionen. Las plantas nucleares son una potente fuente de energía, no exentas de riesgos y son las que permiten que, día tras día, disfrutemos de esos aparatos materialistas que tanto desea el ser humano. Estas centrales trabajan sin descanso los 365 días del año y, gracias a ellas, disfrutamos de energía continuamente y sin cortes en el suministro.

Sin embargo, pocas son las ventajas que alberga la energía nuclear. Los expertos aseguran que es limpia porque no emite dióxido de carbono (CO2) a la atmósfera, que es económica porque produce el kilovatio por hora (kWh) a unos costes razonables y, sobre todo, que es segura.



Bien es cierto que no emite CO2, pero genera residuos de alta radiactividad que hay que almacenar durante decenas de miles de años, dada su perdurabilidad. Es posible que, desde el punto de vista empresarial, sea una energía económica, pero no es competitiva, ya que para que se pudiese ocupar de toda la electricidad mundial, debería empezarse a construir ya una central nuclear cada dos semanas durante 50 años, por no mencionar los elevados costes de capital que ello produciría.

Pero, sobre todo, no es nada segura. Chernóbil o Fukushima son los dos casos más relevantes y catastróficos de una gran lista de sucesos funestos: Ascó y la central de Vandellós-II (ambas en Tarragona), Mayak (en Rusia), Windscale (en Gran Bretaña), Three Mile Island (en EE. UU.) o Tokaimura (en Japón). Incluso ahora se acrecienta el peligro gracias (o por desgracia) a los ataques terroristas, lo que nos trae, si cabe, más inseguridad acerca del mundo que rodea a estas centrales. Un error humano, tan sólo uno, y cualquier planta nuclear tendrá un suceso imparable de fallos en cadena que acabará con un accidente más en nuestra sociedad. 

Aún hay más; aparecen “falsos filósofos” que tildan a esta energía de renovable, debido a que, aparte de su principal elemento químico para la fisión, el uranio, se podrían utilizar otros como el torio, el plutonio, el estroncio o el polonio. Pero la única realidad es que para que una central nuclear pueda producir la cantidad idónea de energía eléctrica, necesita uranio y éste no es infinito. Durará 50 años, según los ecologistas, y, además, España es un comprador de dicho elemento químico, lo cual nos convierte en dependientes de otros países que lo exportan y que, cuando se acerque el momento, encarecerán el precio de su propio uranio, o incluso puede que ni quieran venderlo.

Sin duda, este negocio de empresas eléctricas debe acabar de una manera u otra para dar paso a las energías renovables, mucho más limpias que cualquier otra. Ellas son la geotérmica, la hidráulica, la biomasa, las olas, la eólica marina y terrestre o la solar. Las malas lenguas aseguran que este tipo de energía no produciría la suficiente cantidad de electricidad para cubrir a una central nuclear. Sin embargo, lo que sí es cierto es que somos exportadores de energía eléctrica, lo cual quiere decir que producimos más de lo que utilizamos, por lo que no habría que cubrir el suministro de una central nuclear, sino sólo lo que se fuese a utilizar. Nueva Zelanda acabó con el uso de este tipo de energía en 1984, y, con ello, su nivel de contaminación bajó sustancialmente, su respeto hacia la vida y el medioambiente se acrecentó y eso se observa en lo limpio que está el país, tan pulcro que hasta la gente camina descalza sin temor a ensuciarse. ¿Realmente queremos dejar de andar descalzos en aquella tierra cristalina? Yo quiero caminar sobre aquella agua sólida y con centrales nucleares es imposible.

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